¿Conoces la película de el bueno, el feo y el malo?
Bueno, pues hace ya algunos años me apunté a una excursión con unos amigos con la intención de subir al monte Alfaro.
Lo bueno que saqué de esa excursión fueron dos cosas:
Una: que ya no he fantaseado más con emular a los grandes escaladores de la historia.
Dos: el poder que tienen las metáforas.
Ahora lo vas a ver.
El monte Alfaro está en Tabernas, un pueblo en el desierto de Almería donde se han rodado cientos de western por su parecido con el paisaje del oeste americano.
Todavía puedes ver allí los restos de algún poblado que se construyó para los rodajes y que me gusta mucho porque ahora está abandonado, con matas rodando por la calle principal y sus edificios semi destruídos por el paso del tiempo y la dureza del clima.
Para dureza la de la excursión que se les ocurrió a los chalados de mis amigos.
La subida se supone que no es muy dura, o eso me contaron.
A mí nunca me ha gustado mucho eso de subir montañas por gusto, pero bueno, era el plan que había ese día y la alternativa era casi peor, así que nada, me fui con ellos con mi mochililla en la que había echado agua, tabaco, mechero, una navaja suiza y una brújula para no perdernos.
Comida no, ¿para qué si la subida no costaba nada y se podía subir y bajar en un par de horas?
Así que dejamos el coche junto a la carretera y comenzamos a andar con buen ritmo.
De momento la cosa iba bien, todos contentos, gastando bromas, cantando (por llamarlo de alguna manera), pero llegó el momento en el que nos encontramos con que el sendero terminaba y había que empezar a subir ya el monte.
Yo miraba para arriba, me limpiaba el sudor y bebía agua.
No terminaba de tenerlo claro porque no te vayas a creer que íbamos equipados para hacer montañismo, noooo. Íbamos con nuestros tenis (zapatilla de deporte en almeriense), con vaqueros y con camisetas de AC-DC, Iron Maiden, Barón Rojo, Leño y creo que una de Obús.
Bueno, no sé cómo pasó pero entre unos y otros me animaron y comenzamos a subir.
Yo creo que a los 20 ó 30 pasos ya me quería rendir.
Me faltaba el aire, me dolía el costado y los muslos y les dije que tiraran para adelante que ya los atraparía.
Pero no me dejaron los muy malditos.
Se me acercaron, me dijeron que se me pasaría, que respirara, que bebiera agua y que echara un paso detrás de otro hasta llegar arriba.
No era cuestión de quedarme allí tirado y que se fueran sin mí, así que acordándome a cada paso de la fiesta de la noche anterior, poco a poco fui subiendo.
Me costó mucho. Tuve que sentarme varias veces, vomité una vez y pensé en morirme muchas otras, pero como ellos estaban allí conmigo, se cachondeaban de mí y me empujaban a seguir, al final lo conseguí.
Anda que no.
Blanco como el papel llegué a la cima, y una vez allí, mirando el paisaje tan chulo que se veía desde arriba me di cuenta de que había merecido la pena el esfuerzo y de que solo no lo hubiera logrado ni de coña.
Lo que pasó después allí mejor no hace falta que te lo cuente, seguro que te lo puedes imaginar porque la bajada del monte fue, llamémosle así, mucho más divertida aunque veíamos menos.
A los años entendí algo que aquel día aún no sabía: que los negocios son como subidas a una montaña. Al principio son más fáciles y a medida que pasa el tiempo se van haciendo más y más difíciles porque van surgiendo más y más problemas.
Y cuando piensas en abandonar, en dejarlo porque ya no puedes más, te das cuenta de que siempre tienes alguien en quien apoyarte, alguien que te puede ayudar en tu trayecto, y que al final, todo consiste en poner un pie detrás de otro y no desfallecer.
Y ahora, si tú quieres alguien que te ayude, alguien en quien apoyarte para que tu negocio siga adelante con más fuerza que nunca y leer el contenido extra que reservo sólo para mis suscriptores, puedes empezar por darte de alta aquí para recibir mis cartas diarias.